Leer es pensar y agradecer

Qué se podrá hacer con las ganas de hablar cuando las palabras se quedan cortas, en los justos momentos en los que la vida quiere florecer en experiencias y entregarle todo en bandeja de plata a la memoria que guardamos en nuestros corazones. Roberto Juarroz en uno de sus poemas tiene unos versos que son como una máxima para muchos de sus lectores: pensar en un hombre se parece a salvarlo.

Por: Juan David Cáceres Pinzón

Hace unos días, en medio de una clase, un estudiante me preguntó: ¿cuándo realmente estamos solos, profe? este interrogante surgió luego de dialogar sobre la idea sí la vida tiene sentido o no, del significado del amor y los amigos. En ese momento caló en mí una serie de reflexiones que he venido tratando con él, ante los cuales quiero iniciar con los versos con los que un amigo me presentó a un poeta: Charles Simic es una oración / Una oración con principio y final. Aquí el nombre, la presencia, la imagen propia se erige y crea un significado que podría revelarnos que realmente no estamos solos. Existe una diferencia entre estar o sentirse solos. Y tenemos el lenguaje, la palabra para pelear contra el olvido, por eso, a veces, cuando se instala el silencio y las preguntas afloran, pensar en sí mismo es una salvación.

Pensar es agradecer, se piensa escribiendo y leyendo el mundo. En la novela El lector de Bernhard Schlink, existe una situación que implica ese pensar para salvar y para agradecer, en la medida que leemos el mundo. Michael, es un joven de veintiún años que se enamora de una mujer llamada Hanna. Juntos tienen un amor fervoroso a la sombra de la cama de Hanna, donde al compás de las horas celebran el ritual de amarse luego de que él lea para ella novelas clásicas. Pasado un tiempo, Hanna desaparece de la vida de Michael y él inicia sus estudios en Derecho y descubrimos, sí se me permite, el horror o la presencia de la condición humana.

Michael vuelve a verla cuando ella está siendo acusada por cometer crímenes de lesa humanidad en la segunda guerra mundial, pero él es el único que sabe que Hanna no sabe leer ni escribir, asunto por el cual la están recriminando y culpabilizando, pues ella era la que firmaba y ordenaba los asesinatos. Finalmente, a Hanna la condenan y Michael no puede dejar de pensar en ella. El tiempo pasa y hace su mella, a pesar que los seres humanos tratemos de olvidar, quedan rezagos y ecos que recuerdan porqué hay que pensar en los otros. Por eso hablo de la presencia y por presencia, asumo una actitud vital de transformación en las relaciones humanas. Michael piensa en su amor de juventud cuando él ya está adulto y se empecina en acompañarla con el mismo amor apasionado de antes. Toma una grabadora y empieza a leerle las novelas que le leyó a Hanna cuando vivían un sueño idílico de amor. Le envía las grabaciones en casetes, junto a un ejemplar del libro leído y una grabadora. Así, él le lee y le enseña a leer con su voz, sus libros y su tiempo.

Esa memoria que guardamos debe ser el aljibe que nos recuerde que estamos dispersos y no solos, no completamente solos, hay alguien que piensa en nosotros. Ese pensamiento nos presenta ante el mundo, tal y cual como es, pero también nos lo transforma, le reconfigura los sentidos, por eso al leer y al pensar, llegamos a gestos de generosidad de amar y construirnos con el otro, desde lo íntimo, lo cercano que puede ser el pensamiento que nos crea sentidos y significados con las personas que vivimos, los libros que leemos y la vida que soñamos.

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