Marla Hernández: La voz de la cultura andina y la fortaleza de una artista íntegra

Por: Anyely Vanessa Durán 

“Yo me reconozco como artista, me reconozco también como psicóloga que es mi profesión base y me reconozco como docente”, afirma Marla Hernández. Estas palabras reflejan el núcleo de su identidad, construido sobre la música colombiana, el compromiso social y la enseñanza. Desde temprana edad, Marla ha visto estos tres roles no solo como profesiones, sino como maneras de entender el mundo y aportar a la comunidad que la rodea. Formada desde los diez años en música andina colombiana por mentores como Lorenzo García y Jaime Guio, Marla encontró en esta herencia musical una fuente de identidad y resiliencia. Con una profunda admiración hacia estos maestros, Marla recuerda cómo le inculcaron que “si tú cantas música colombiana, puedes cantar cualquier tipo de música”. Esta enseñanza marcó su vida, definiendo su carrera y su amor por la música andina, un arte que no solo transmite identidad cultural, sino también una conexión profunda con su tierra y su gente.

A lo largo de su trayectoria, Marla ha desempeñado distintos roles en su faceta como gestora cultural, llevando música, educación y psicología a poblaciones vulnerables. Sus prácticas en comunidades como psicóloga la llevaron a comprender los desafíos y anhelos de la gente, mientras que la música le ofreció otra forma de conectar y sanar. “Con la música se salvan muchas vidas”, comenta, consciente de que su arte va más allá de las notas, pues se convierte en una herramienta de transformación y esperanza. La música no es solo un oficio para ella, es una forma de comunicación, una forma de entenderse con el mundo. Su conexión con la música andina colombiana es profunda, una conexión que ha dejado huella en su carrera y que, incluso hoy, se refleja en su trabajo pedagógico y en los escenarios que pisa. A través de ella, Marla busca transmitir no solo la riqueza de su cultura, sino el poder transformador de la música.

De psicóloga a docente: Un viaje hacia el corazón de las personas

Aunque la música es su alma, Marla ha entendido que las personas necesitan algo más que melodías y armonías. La psicología, su formación académica, la ha llevado a descubrir los laberintos más profundos del ser humano. La psicología es, para ella, la base sobre la cual construye sus otros dos pilares: la música y la docencia. Su carrera como docente comenzó con la música, pero pronto se orientó hacia los programas de Psicología, particularmente en la línea del talento humano. 

Ser gestora cultural para Marla no es sólo gestionar proyectos, es fortalecer vidas. Su enfoque siempre ha sido el trabajo comunitario, el acercarse a los más jóvenes, brindarles una oportunidad a aquellos que más lo necesitan. A través de su labor con Semillitas del Ceinar y otras iniciativas, Marla ha sido testigo de cómo la música, el arte y la cultura pueden salvar vidas. 

Marla es docente en la Escuela Superior de Administración Pública, donde sus clases no solo tratan sobre conceptos técnicos, sino también sobre humanidad y cultura. Para ella, la docencia y la música son vertientes de un mismo río que le permite acercarse a las personas de una forma única y auténtica. “Siempre llevo la música conmigo”, asegura, reafirmando que su labor pedagógica está impregnada de sus valores como artista. Esta fusión de roles la ha llevado a trabajar con jóvenes y niños, formándolos en música y ofreciéndoles un refugio seguro en medio de la adversidad.

Con anterioridad, Marla lideró una academia de música que se sostenía con el apoyo desinteresado de personas que financiaban a estudiantes de bajos recursos. En esta academia, además de enseñar música, pintura y danza, Marla promovió una educación artística sin barreras. La academia ofreció una alternativa para niños y jóvenes que, de otra manera, difícilmente habrían tenido acceso a este tipo de formación. A través de estos proyectos, Marla ha impactado positivamente en las vidas de sus estudiantes, algunos de los cuales hoy destacan en la escena musical nacional. 

Un arte que reclama dignidad 

No todo ha sido sencillo en el camino de Marla. Ha enfrentado con valentía la falta de valoración y el trato despectivo que reciben los artistas en ciertas instituciones culturales públicas. Marla cuenta una experiencia en la que, después de realizar una presentación, se le sugirió que agilizara su pago llevando “algo, como una fruta”, a modo de soborno. Este tipo de situaciones marcaron un antes y un después en su vida, inspirándola a hacer un llamado de atención sobre el trato que reciben los artistas. “Decidí no volver a participar en estos escenarios”, afirma Marla, recordando que fue una lección de dignidad y una invitación a la congruencia entre su pensar y su actuar

Hoy, Marla insiste en que la dignificación del arte pasa por una toma de postura activa. “Si sabes que estás mal pagado y que la gente no valora tu trabajo, debes tomar una posición para darte valor como artista”. Esta perspectiva ha sido su brújula y su experiencia se ha convertido en un ejemplo para otros músicos y artistas que buscan vivir de su pasión sin tener que ceder a un trato injusto. 

“El artista tiene que empezar a valorarse”, afirma, y por eso no teme exigir lo que considera justo. Esta postura no ha sido fácil de tomar, pero Marla ha decidido no dejarse influir por el conformismo que muchas veces predomina en el mundo artístico. A través de sus gestiones y presentaciones, Marla ha aprendido a reivindicar la dignidad de los artistas. En su trabajo con jóvenes y niños, ha sido testigo de cómo el arte no solo educa, sino que también empodera. Para ella, la música no solo es un canal de expresión, sino una herramienta de transformación social. “Con la música, realmente podemos salvar vidas”, dice Marla, una frase que encapsula su propósito y su pasión.

En un mundo donde las mujeres siguen luchando por su espacio en muchos campos, Marla ha decidido, desde su propia identidad como mujer, ser una voz de cambio, ha sido una mujer que ha aprendido a ser fiel a sus principios y a luchar por lo que cree. Marla sabe lo que significa enfrentarse a un mundo cultural que no siempre valora a las mujeres artistas. La desconfianza, el machismo, las barreras invisibles han sido parte de su recorrido, pero ella ha aprendido a no dejarse intimidar. “Ser mujer y ser artista es una constante lucha, pero también una fuente de fortaleza”, dice con determinación. Su música, su docencia y su gestión cultural son, sin duda, un testimonio de su valentía y de su inquebrantable convicción de que las mujeres tienen un lugar crucial en la creación y en la cultura.

Un legado desde el corazón y las notas musicales colombianas

Marla Hernández es una mujer que vive y respira su arte. Su pasión por la música colombiana, su vocación por la psicología y su dedicación como docente y gestora cultural configuran una historia de vida que inspira a todos los que la conocen. Más allá de su rol como artista, Marla es una mujer que entiende que el arte tiene el poder de transformar, de sanar y de empoderar. A través de sus vivencias, de sus luchas y de su amor por la cultura, Marla ha demostrado que ser artista es mucho más que una profesión, es una forma de vivir con propósito, de dejar una huella, de ser congruente con lo que uno es y con lo que uno cree.

En su camino, ha aprendido que no solo se trata de crear belleza, sino de forjar una comunidad, de fortalecer vidas y de enseñar a los demás a valorar lo que realmente importa. Marla es un reflejo de que el mundo aún tiene mucho por aprender sobre el verdadero valor del arte y la cultura. Su historia, tejida con esfuerzo y amor, inspira a quienes la escuchan. No solo por sus logros, sino por su capacidad de transformar las adversidades en oportunidades. En sus palabras, en sus melodías y en sus acciones, Marla invita a recordar que el arte no es un lujo, sino una necesidad y que cada uno de nosotros tiene el poder de cambiar el mundo desde su propia esencia.  En sus canciones, sus palabras y su incansable labor, Marla invita a todos a recordar que el arte no es un lujo ni un privilegio, sino una necesidad profundamente humana. Ella no solo canta, sino que vive para que otros encuentren su propia voz. En cada melodía reafirma que el arte tiene el poder de sanar heridas, unir corazones y construir un mundo más justo y más bello.

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